martes, 12 de marzo de 2013

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Sobre intestinos y la razón del ser (Historia de Ricky)



Cada cultura absorbe elementos de las culturas cercanas y lejanas, pero luego se caracteriza por la forma en que incorpora esos elementos.

Umberto Eco


Imagino a Ngai Kai Lam como un señor bajito, de pose casual, pero no descuidada; de bigote perfilado, pero no Augusto; amigable, pero no dócil: nunca dócil. Ngai Kai Lam no es un hombre sencillo, estoy seguro de ello. Un auteur de su categoría vive entre la reflexión; vive por y para ella. Así, cuando el blog internacional VerTele.com le preguntó por su última película solo atinó a suspirar: callando e insinuando, como todas sus obras.

Historia de Ricky no es una excepción. Entre sus frías batallas a muerte y sus intrincadas tramas carcelarias, se esconde una de las mayores obras del pasado siglo XX, comparable a los hitos alcanzados por artistas de otros medios en su ídem correspondiente: el Ulysses de James Joyce, Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons o Doctor en Alaska de Joshua Brand y John Falsey.

Ricky es un prisionero más en la vida. Así, Kai Lam forja una metáfora donde el protagonista de su relato es encarcelado por un delito que no cometió. En una de las escenas más cargadas de subtexto que estos ojos han podido presenciar, Ricky camina por el detector de metales de la prisión donde alberga, resultando esto en un estruendoso pitido: en su cuerpo aún residen 5 balas de un tiroteo.

«¿Por qué no permitiste que los médicos te extranjeran las 5 balas?».
«... Son recuerdos».



Con estas dos frases, Kai Lam sustenta todo su artificio, su magia. Ricky está encarcelado en su propio ser: él solo es él mismo, nadie más; y nunca podrá cambiar este hecho. Sorprendemente, un acto de rebeldía demuestra que ha digerido esta realidad: las 5 balas de su interior. El dolor que le producen sus recuerdos se mantienen dentro de su ser, pero es precisamente ese dolor lo que le convierte en Ricky; algo de lo que es consciente, algo que no necesita demostrar a los demás. Como diría Descartes: «Pienso, luego existo».

La hora y cuarto restante ratifica este impacto inicial y lo expande, lo magnifica. Kai Lam fabrica un relato donde Ricky debe combatir a muerte con los malignos dueños de la prisión, hasta acabar con el alcaide de la misma. En una de estas batallas, se enfrenta a Oscar, otro prisionero que representa la cultura estadounidense: su cinematografía.

Imagino a Ngai Kai Lam planeando esta escena, todo es casual, pero no lo descuida; perfila a unos personajes, quienes sean de la nacionalidad que sean infundirán respeto; desea que la escena sea fácil de ver, pero no dócil: nunca dócil. Quizás a esto se refería Umberto Eco, los intestinos de Oscar nunca serán agradables, pero la forma en que una cultura se difumina dentro de otra tampoco lo es. El remedio lo apunta Kai Lam: es necesario callar e insinuar.


Aunque, ahora que lo pienso, la escena del ojo no es ninguna metáfora. Igual me liao'.
Jesús Márquez García

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